El Colegio San Juan Bosco surge como iniciativa de D. Miguel Junquera Sánchez y tuvo dos ubicaciones. Comenzó a impartir su formación en 1959, en forma de los colegios-academia habituales en aquellos años en dos pisos en la calle Joaquín García Morato, 161 y 163, esquina a la calle Maudes (hoy Santa Engracia 169 y 171). El colegio-academia estaba reconocido por el Ministerio sólo hasta 4º, y para el resto de los cursos y las reválidas de 4º y 6º había que examinarse en el Instituto Cardenal Cisneros.
Una vez cerrado dicho colegio, se abrió otro, ocupando la mitad de uno de los hotelitos de la desaparecida Colonia Maudes en la calle Doctor Bobillo, 8 esquina con la calle Ponzano.
Durante toda su historia, se hace visible el enorme esfuerzo de su profesorado por estar a la vanguardia en su formación y dar la más completa educación a su alumnado.
El colegio era muy reducido en espacio para el alumnado que tenía. Disponía de un pequeño patio de juego, donde difícilmente podía tener cabida todos los alumnos inscritos, utilizándose las calles adyacentes como improvisado recreo, ya que aquel patio no daba más de sí.
La inestabilidad política (años de la Transición) unida a las dificultades económicas generadas por la crisis del petróleo, produjeron que el colegio entrase en un periodo en el que no podía hacer frente a los créditos contraídos. Posteriormente cerró en 1975 cuando comenzó la reordenación de la zona ocupada por la Colonia Maudes en el barrio Ríos Rosas del distrito de Chamberí.
En 1975 se produjo una fusión de los colegios San Juan Bosco, Mirasierra (dirigido por Pilar González Serrano) y Cisneros (dirigido por Navor Vázquez) que culminó en el nuevo colegio El Molino que abrió en el curso 1975-76. De ahí surgió en 1983 el Colegio Logos, ubicado en la urbanización El Molino de la Hoz, en la carretera de las Rozas.
Localización del Colegio San Juan Bosco en la Colonia Maudes
D. Miguel Junquera (director del colegio San Juan Bosco) con el entonces príncipe D.Juan Carlos
Boletín de notas y reglamento del centro
Planta Sótano
Planta a nivel de la calle
Primera Planta
Segunda Planta
Orla del Colegio San Juan Bosco, curso 1963-64
Fiesta de fin de curso 6º de bachiller en el restaurante La Tropical (Junio 1974)
Profesorado
Entre algunos de los profesores se encontraban los siguientes:
D. Miguel Junquera. Director del Colegio.
D. José. Profesor que impartía todas las asignaturas del curso de ingreso a Bachillerato. Además se encargaba de mantener la disciplina.
D. Rafael (ciencias naturales), impartía asignaturas de letras en primero y segundo de bachiller.
Srta. Mari Carmen (luego mujer de D. Rafael y sobrina del Director). Impartía asignaturas de letras durante todo el Bachillerato.
Srta. Mari Feli. Impartía asignaturas de Letras durante todo el Bachillerato, sobre todo Historia del Arte.
D. Francisco (literatura)
D. Juan (física y química)
D. Ángel (matemáticas)
Entrega de premios en el Parque Móvil del Ministerio (fiesta de fin de curso 1969) Director y Grupo de profesores.
Salida del colegio San Juan Bosco. Calle Dr. Bobillo, 8. Día de la 1ª Comunión año 1969
Las Comuniones se celebraban en la Iglesia de Ntra. Sra. de los Angeles (c/ Bravo Murillo nº 93).
De profesores se puede ver delante a Don Antonio y más atrás a Don Miguel, el director en la esquina de la calle Maudes con J. Gª Morato (actual Santa Engracia)
Recuerdos de un alumno: su primer día de clase
Una mañana de 1966.
Salía de casa con el tiempo justo, eran las 9 menos cuarto, pero no importaba, el colegio estaba en el barrio, cerca de casa, no era necesario que nadie me acompañara aunque sólo tenía 9 años. 1966. Los niños no eran recogidos por autobuses escolares ni los padres les llevaban como a príncipes hasta la puerta con el coche. Quizá tampoco había coche, un artículo de lujo. Lucía el sol de otoño en Madrid. Salía del número 5 en la calle Alenza. Pasaba por delante del ambulatorio de la esquina. Una vez dejaba atrás María de Guzmán, dejando a la izquierda el economato militar, cambiaba a la acera de la Continental. Pasaba por delante del estanco, del bar. Alcanzaba la enorme puerta de las cocheras, atento a la entrada o salida de alguno de aquellos grandes autocares amarillos con el techo negro. Junto a ella, un minúsculo “puesto de pipas” que atendía una mujeruca con pañuelo a la cabeza y faltriquera. A veces me paraba a comprar allí por unas cuantas monedas de 10 céntimos jalea real, regaliz o pastillas de leche de burra. Pero aquella mañana no, había que llegar al colegio antes de que llamaran a formar.
Llegando a la esquina con la calle Maudes me sobrecogía la silueta oscura y siniestra del Hospital. Era como la silueta de un barco que emergía de una pesadilla. En la esquina opuesta, haciendo chaflán, una puerta de metal repujado daba entrada a un edificio pequeño, cuyas ventanas no permitían ver el interior. Era el “estudio de un escultor”, me dijo una vez mi madre. Este dato aportaba un nuevo misterio: aquella pesada puerta de metal, siempre cerrada, ocultaba un mundo donde vivía un ser extraño, un artista, por lo tanto, un vago, también según decía mi madre.
Había que acelerar el paso y la pesada cartera que colgaba de mi mano, no facilitaba las cosas. Una cartera de plástico que quería parecer cuero. Dentro: cuadernos rayados, escuadra, regla, cartabón, sacapuntas, goma de borrar Milán, una gruesa Enciclopedia Álvarez, un trozo de pan y una onza de chocolate envueltos en una servilleta. El interior de esa cartera olía a lápiz y a papel con tinta de imprenta.
Hacia la mitad del tramo entre Alenza y Ponzano, doblaba la esquina de una pequeña calle sin nombre. A cada lado, uno de aquellos sombríos “hotelillos” de un desvaído color tierra, fachadas heridas, jardines en un largo estado de abandono. Misterio.
Otros niños estaban llegando. Había que darse prisa. La callecita daba paso a otra perpendicular llamada Doctor Bobillo. Pero…ya estaba sonando el timbre, teníamos que entrar en el colegio y bajar al patio a formar. Mi colegio, aquel colegio de San Juan Bosco, cabía entero, con profesores, pupitres y alumnos en la mitad de uno de aquellos hotelitos, de aquellas casas unifamiliares, me pregunto cómo era posible.
Formábamos en fila de a uno. A la izquierda, los mayores. Había que permanecer en silencio, mantener la fila recta, mirar con la cabeza erguida a la parte superior de la escalera, donde estaba el Director, Don Miguel Junquera, y, a veces, cantar un himno que ya no recuerdo. Todos sabíamos que si no manteníamos el orden necesario, permaneceríamos allí aunque hiciera frío; la única excepción absolutoria era la lluvia: si llovía no se formaba.
Entonces sonaba de nuevo el timbre y en orden, en riguroso orden, se subía aquella angosta escalera de cemento y se pasaba al interior del edificio. Aquel año de 1966, el primero que pasaba en el colegio, el aula de los alumnos del curso de Ingreso a Bachillerato estaba en la primera planta de lo que en alguna época había sido sólo una vivienda familiar. Subíamos en silencio por una estrecha escalera de madera, ligeramente semicircular. Los peldaños crujían o, mejor dicho, se lamentaban. La escalera continuaba hacia una segunda planta. Nunca subí a ella. No sé si allí había otros cuartos, aulas, o si había una terraza. Nosotros nos quedábamos en la primera aula a la derecha. Tenía forma rectangular. A mano izquierda había un balcón cuya parte superior era un semicírculo. Desde esta ventana se veía la calle Doctor Bobillo y el chalet del otro lado. Éste aún tenía habitantes durante aquel curso. Luego fue abandonado.
Dejábamos los abrigos colgados de unas perchas de metal en la pared opuesta a la pizarra. Esperábamos que llegara el profesor. Casi todos los niños alborotaban un poco, hablaban, buscaban o pedían algo, pero al oír las pisadas sobre los quejumbrosos escalones se producía un silencio inmediato. Era Don José. Cuando el profesor entraba, los niños nos levantábamos y le dábamos los buenos días. A continuación dos hechos denunciaban que la jornada escolar había comenzado y ya no había escapatoria: Don José cerraba la puerta y encendía los fluorescentes: un doble parpadeo era el preludio de largo zumbido que duró toda aquella inacabable mañana de 1966…
El gimnasio que utilizaba el colegio estaba en la calle Alonso Cano, 99.
Tuna del colegio San Juan Bosco en 1969 (fiesta de fin de curso)
Director y Grupo de profesores en el Parque Móvil del Ministerio
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Autor: Ángel Caldito
Mi más sincero agradecimiento a D. Francisco Junquera, por la información y documentación gráfica aportada para el artículo.
Mi agradecimiento también, a todos los informantes, por su colaboración en la realización de este trabajo.
Web del Colegio Logos: http://www.colegiologos.es/
En este blog participan: José Manuel Seseña y Ricardo Márquez.