Si echáramos la vista atrás, y nos remontáramos a los años 40 – 50 e incluso 60, podríamos observar con asombro el giro tan enorme que ha dado la vida, tanto en la situación económica, de la que se disfrutaba en esos años, como en lo referente a la situación laboral.
Es precisamente en esta última, en la que se me vienen esos recuerdos a la mente, episodios que nosotros hemos tenido la suerte de poder disfrutar, y que nuestros hijos, ni siquiera han tenido la oportunidad de conocer. Me estoy refiriendo a esta gente tan abnegada que, procedentes en su mayoría de provincias o pueblos limítrofes con Madrid, se establecieron en la capital, e incluso desarrollaban su actividad sin estar ubicados en ella, es decir se desplazaban diariamente para ejercer su trabajo.
Estas personas desarrollaron unos trabajos que hoy en día están extintos casi en su mayoría, por no decir totalmente desaparecidos, quizá el motivo haya sido la propia sociedad de consumo actual, quizá el que no exista esa necesidad de los años 40 – 50.
Aunque estas líneas vayan dirigidas a los que vulgarmente nos definen como “carrozas”, quizá les haga reflexionar a los mas jóvenes sobre, el que también en esos años en que los niños, y no tan niños, carecíamos de casi todo, fuimos tan o mas felices que ellos.
A continuación vamos a reflejar si no todos, si los que seamos capaces de recordar, o por lo menos los que nos permitan hacer un poco de historia.
Colchonero
¿Quien no tuvo la necesidad alguna vez de necesitar los servicios del “colchonero”?. Por aquella época en la mayoría de las casas, los colchones eran, o bien de lana si eran familia económicamente desahogada, o de borra si eran familia económicamente mas ahogada.
Imagen de Recuerdos de Pandora
En esta actividad digamos que se daban dos circunstancias, en unos casos disponían de tienda en la que se vendían toda clase de géneros relacionados con la actividad, y a su vez recogían avisos para acudir a los domicilios, en otros casos con las varas al hombro, callejeaban por los barrios voceando sus servicios.
Esta clase de actividad solía tener su auge en los meses en que les eran mas propicios por la climatología, pues su trabajo se desarrollaba al aire libre, por lo general en la calle. Era un oficio que no necesitaba de un gran desembolso económico para ejercer su actividad, pues todo lo que se necesitaba era un par de varas de unos 2,50 m. de largo, por lo general de fresno, y una caja o un macuto pequeño donde llevar los ovillos de hilo, y las agujas.
Fotos del diario ABC.
Para aquellos que no han tenido la oportunidad de conocerlos, vamos a recordar brevemente su trabajo.
Solían ir, salvo excepciones, por parejas. En la calle o en el patio de la vivienda (si lo tenían), tendían una tela y encima de ella tumbaban el colchón. Lo descosían por uno de los lados y sacaban la lana (o la borra). Una vez sacada la lana y extendida, se procedía a varearla para desenredarla, se solían dar varias vueltas a la lana para que quedara bien suelta. Posteriormente se retiraban los nudos que hubieran quedado y se procedía a introducirla de nuevo en la funda del colchón, se cosía de nuevo y quedaba listo.
Telero
Extraño personaje el del “telero”, digo extraño porque era una persona que pasaba desapercibida a la vista de las vecinos que no lo conocían. Ellos prestaban sus servicios únicamente a gente de su total confianza.
Estos personajes solían moverse mayormente por zonas en que la economía familiar no solía ser muy boyante, formaban un sector muy restringido, no era fácil acceder a él, se conocían todos y se movían por su zona sin inmiscuirse en la de los demás, salvo excepciones.
Basaban sus ingresos prácticamente de las comisiones que cobraban a sus clientes, y de los descuentos que percibían de los comerciantes por los pagos al contado. Podríamos decir que el negocio se basaba en una especie de pirámide, la cual iba creciendo por el incremento de clientes, vamos a desarrollar, simplificándolo en lo posible su actividad.
Una vez conocido un cliente, se le concedía la posibilidad de adquirir un producto, generalmente ropa, zapatos, o alguna joyita que otra de no mucho valor. Mediante la entrega de un vale a un comercio en concreto, el cliente compraba el genero, y el comercio ponía en el vale el importe de la compra, dándole al cliente una nota de entrega por el mismo importe. El telero pasaba por el comercio y abonaba el importe con el consiguiente descuento, acto seguido aplicaba al cliente un tanto por ciento por el importe de la compra, ahí estaba el negocio.
Según acordara con el cliente si semanalmente, quincenalmente o mensualmente, iba recibiendo una cantidad (la que pudieran dar), que iba restando de la suma total que llevaba reflejada en una libreta, y a la vez de una copia que daba al cliente. Cuando veía que se estaba acabando el préstamo, te ofrecía la posibilidad de sacar otro, con lo cual se mantenía esa relación con el cliente.
En definitiva, la figura del telero no era más que un intermediario en el que salían beneficiados las tres partes, el comerciante porque vendía su género en unas óptimas condiciones de pago, el telero porque percibía ingresos por ambas partes, y el cliente porque le proporcionaba una forma cómoda de comprar y pagar, pues no se le imponía fecha tope de liquidar el préstamo.
Paragüero - Lañador
Otro personaje que dejó huella fue el “paragüero – lañador”, dos oficios en uno. La vida en esos años no era como en la actualidad, estas personas se movían mayormente por barrios humildes, en donde la economía familiar no daba para el despilfarro, de ahí que se aprovecharan estos utensilios al máximo.
Si nos referimos a los paraguas, los de esa época tenían poco en común con los de hoy, únicamente el motivo para lo que estaban creados, eran paraguas mucho más sencillos, hoy en día los hay más sofisticados, más elegantes, grandes, pequeños, plegables y reversibles, es decir que no se rompen aunque les dé la vuelta el aire.
Era precisamente esto ultimo el motivo de su existencia, si el desperfecto era un siete en la tela, la solución era sencilla aguja e hilo, si por el contrarío la rotura era el mango, la solución era más sencilla todavía paraguas nuevo. Pero lo habitual era la rotura de una o varias varillas por efecto del aire, que daba la vuelta al paraguas, esa era la labor del paragüero, cambiar las varillas o reparar los cierres, prácticamente esta operación no le suponía gasto alguno, pues las varillas las aprovechaba de otros paraguas de desecho.
Referente al lañador, se le denominaba así porque precisamente lo que se ponía a los cacharros era una laña. Las baterías de cocina de antaño no eran como las de ahora, ahora existe una gama para todas las necesidades y gustos, la mayoría de acero inoxidable actas para todo tipo de fuegos. Antes las más socorridas eran bien de aluminio, o de chapa galvanizada con una capa de esmalte, con el tiempo y por el efecto del calor directo de las cocinas de carbón, solían picarse saliéndoles el clásico poro. La labor del lañador era precisamente tapar ese poro, para ello llevaba una especie de anafe con lo que calentaba un soldador, y aplicándole estaño o metal, soldaba o tapaba el poro, también arreglaban remachándolas las asas de los cazos, cacerolas, sartenes; es decir, cualquier cacharro metálico.
Como es de suponer, para el trabajo que realizaban no precisaban de maquinaria alguna, únicamente llevaban una cartera al hombro tipo fontanero.
Barquillero
Otro curioso personaje, “el barquillero”, se tiene la idea de ser una persona que desarrollaba su trabajo únicamente en ferias o verbenas, una idea completamente errónea, la imagen del barquillero por lo menos en Madrid, era fácil encontrarla en parques y lugares céntricos donde abundaba el turismo.
Foto de Recuerdos de Pandora.
El barquillo era un tubo cilíndrico hueco de unos 30 centímetros de largo, y con dos vueltas de espesor, la materia era la misma que se emplea en la elaboración de los cucuruchos de los helados, una especie de galleta crujiente con sabor a vainilla.
Aunque su figura no ha desaparecido totalmente del ámbito madrileño, sí que es rara su presencia a no ser en festejos populares como, San Isidro, San Antonio, La Paloma, etc.
Al hablar del barquillero, se nos viene a la mente la típica imagen de la persona que transportaba a la espalda una especie de habitáculo cilíndrico, en el cual llevaba los barquillos, y que en la parte superior, concretamente en la tapa, llevaba incorporada una ruleta. Previo pago del importe tenias derecho a una tirada de la ruleta, esta llevaba una serie de números intercalados siendo el nº 5 el más alto del escalafón, como es fácil de suponer los que más abundaban eran el 0 el 1 o el 2, dependiendo del número que saliera era la cantidad de barquillos que te correspondían, si sacabas el nº 0 dependiendo del ambiente que le rodeara, o como llevara la tarde, te permitía tirar otra vez gratis de nuevo.
Aparte de este personaje, existía otro barquillero menor, y lo relato porque lo he vivido con 12 – 13 años, tenía un amigo que vivía en el Ventorro compañero de colegio, su padre era botijero – aguador en el Retiro-, me iba con el los domingos a vender barquillos al Retiro. Nos aprovisionábamos en una fábrica que había en la c/. Doctor Esquerdo, llevábamos dos paletas cada uno. Las paletas eran unos contrachapados con un agujero para meter el dedo gordo, y una goma que sujetaba los barquillos. Ahora no recuerdo ni la cantidad que llevábamos en cada paleta, ni el precio del barquillo, pero a lo mejor nos ganábamos 10 céntimos por cada uno.
Os voy a contar una anécdota, aunque no la poníamos en practica muy a menudo, sí cuando querías sacar unas pesetillas más. Cuando habías vendido una paleta y media aproximadamente, los restantes los tirabas al suelo, simulando que se te habían caído o que te los habían tirado, hacías que lloriqueabas y que los tenias que pagar tu, y la gente te iba soltando una ayuda, luego cuando ibas a entregar llevabas los cachos para que te los descontaran de los que habías sacado.
Afilador
Hablando de oficios perdidos no podíamos olvidarnos del “afilador”, una figura muy representativa en todos los barrios de Madrid. Su visita era periódica pues no solamente era preciso para los utensilios caseros, sino que la mayor demanda provenía de los establecimientos como: pescaderías, carnicerías, tiendas de alimentación, etc.
Aunque este oficio no se ha extinguido, sí que ha cambiado por completo la forma de ejercer la actividad, en la actualidad existen locales destinados a este fin, equipados con maquinaría moderna, así como otro método que consiste en una furgoneta habilitada para desarrollar este trabajo, e incluso alguna motocicleta se ha visto preparada para tal fin.
Si nos retrotraemos solo 50 años nos daremos cuenta del cambio, y es precisamente lo que nos interesa recordar.
Por mas que lo intento no consigo recordar como se llamaba el (digamos) vehículo que utilizaban para ejercer su trabajo. Era un armazón de madera de forma triangular y enorme rueda, enclavada en una especie de cabestrante con forma de borriqueta, y dos largueros que servían para transportarlo. La rueda era accionada mediante un eje o buje por una especie de pedal largo que estaba situado en un lateral, en la parte superior iba equipado con una especie de bandeja donde se depositaban los artículos a reparar, una pequeña caja con tapa donde llevaba por herramientas, un martillo de mango corto, un alicate, y remaches de varios calibres, y colgando en uno de los laterales una cubeta o recipiente con agua. También en la parte superior iban dos ruedas de piedra esmeril, unidas entre sí mediante un eje y movidas por una cinta de cuero por la rueda motriz, una era de grano gordo para afilar, otra de grano más fino para perfilar y una tercera de cuero para pulir.
Foto de Absolutourense.com
Pero si había algo por lo que se le podía identificar sin ningún error, era por el chiflo, especie de armónica de madera que tenía un sonido peculiar, su melodía era su reclamo.
Imagen de la web de Ricardo Landoni
Continuará.......
-.-.-
Autor: Pedro Gómez
En este artículo también han colaborado: José Manuel Seseña y Ricardo Márquez.