jueves, 28 de noviembre de 2013

Instituto Cardenal Cisneros

Ingreso en el Instituto R. de Maeztu  
Antes de pasar al Cardenal Cisneros, hice el exámen de ingreso en el Ramiro de Maeztu, en septiembre de 1947. El Jefe de Estudios, Sr. Magariños, nos dictó un trozo del Quijote,  y al día siguiente  tuvimos el exámen oral: “Dime los cuatro evangelistas; ¿qué es una patata?; ¿qué contiene esta botella? (era pesadísima: mercurio, y yo ni idea); cuéntame algo de la historia de España... “ ¡Aprobado; este chico es un fenómeno!

Las instalaciones del Ramiro eran espléndidas, si bien las aulas propiamente dichas, pequeñas y habilitadas con un mobiliario moderno y vulgar, no podían competir con las aulas del Cardenal Cisneros, grandiosas y de sabor tan antiguo. Por otro lado, el Maeztu tenía una magnífica sala de cine en la que un gran número de gruesos clavos de metal dorado adornaban la pared, dándole visos de lujo y riqueza.
La piscina, con los trampolines; el aparcadero de bicicletas, cada una colgada al lado de las otras como si tal cosa, niqueladas y de la marca Orbea... Cuando por primera vez vi aquel emporio recuerdo que me quedé con la boca abierta.  

Por último, el enorme campo de deportes, en el que en agosto de 1946 el instituto, en ofrenda de acatamiento y pleitesía a su querido Caudillo, le dedicó una tabla de gimnasia y las siglas del “Victor” sobre la hierba, en camiseta y calzoncillos.

Y yo, que a la sazón era tambor en la banda del Hogar Alto de los Leones y nos habían llevado allí a dar la murga, recibí en la tribuna con bombo y platillo al señor ese, de presencia más bien vulgar y afeminada, que en una tarde de 1939,  en la hora amable del café, entre sorbo y sorbete y con un simple trazo de su famosa estilográfica  me dejó huérfano para toda la eternidad.

Esta era mi clase en el hogar A. de los Leones en 1940. Para la foto les han puesto algo de material pedadógico delante que en realidad no teníamos, aparte de la “Cartilla primera”. El único  material de trabajo era la pizarra y el pizarrín. Foto: Agencia EFE.

Los alumnos del Maeztu eran niños finos que tenían pluma estilográfica en el bolsillo y cartera de cuero a la espalda. Además olían a jabón de Heno de Pravia y a bocata de jamón serrano. Eran niños que irradiaban la alegria y felicidad del que se mueve en un mundo cómodo y cálido, sin dolor, rodeados de cosas bellas y bien alimentados, en el que además abundaban los libros y las bicicletas. Y como nada les faltaba, hasta tenían un papá que les llevaba en auto, como el Hassán II, que llegaba al Ramiro todas las mañanas en su cochazo negro.

Además en verano se íban durante tres meses a la Concha o a Laredo, y una vez empezado el curso, los fines de semana, se citaban en el Cine Colón. Sus mamás eran bellas, limpias, elegantemente vestidas y olían a Chanel 5.
A la vista de tanta gloria, ganas le daban a uno de ser un niño del Ramiro de Maeztu, pero no de los que planchaban los pantalones del domingo metiéndolos debajo del colchón --que tambíen los había--, sino de aquellos otros que, en el dia de mi ingreso, con tal gracia y tan seguros de sí mismos saltaban del trampolín de la piscina o jugaban al baloncesto en la cancha del instituto, al tanto que un grupo de admiradoras, de "niñas bien", vestidas al desgaire con finas galas, desde la banda les animaban con sus grititos comedidos: “¡Oh, Javier, qué intrépido eres!”

Ahí te dejo, Ramiro de Maeztu, con tu caudillo protector montado en el penco correspondiente a la entrada del instituto, que yo ahora me marcho a barrios más castizos.

El Instituto Cardenal Cisneros
Por ahorrar pasta o quizá por evitar la promiscuidad ideológica, el caso es que nos trasladaron la matrícula al Cardenal Cisneros, con los proletarios.

A la salida del metro de Noviciado, pegado a la Universidad Central, se encontraba el instituto, en la calle de los Reyes, “La Calle sin Sol”, como la habíamos bautizado.
El inmueble, seguramente edificado varios siglos antes, era un vetusto y venerable caserón, cuyos muros de granito -más propios de una fortaleza que de un centro docente-- conservaban la salmodia del diario declinar en latín y el eco de las voces infantiles de los pipiolos.
Durante muchos años había sido seminario, de lo que daba testimonio la espléndida escalera de marmol con la vidriera redonda, polícroma, en lo alto de la misma. También pertenecía al instituto un patio de recreo y deportes, abandonado y sin utilidad ninguna, que sólo pisamos una vez para ser fotografiados en grupo al comienzo del primer curso.


Primer curso (ahí faltan bastantes), septiembre de 1947, en el patio de deportes (fuera de uso) del Instituto Cardenal Cisneros. El autor de esta historieta -–Ernesto Fernández-- está sentado en el extremo derecho del banco, sin abrigo, desnutrido y serio. Todavía recuerdo el nombre de más de una docena. Ahí veo a uno que luego fue ingeniero de caminos, otro joyero; el de más allá, camarero, y hasta hay un tocólogo, ¡qué tío! 
Yo por mi parte acabé de “tramp” por tierras germanas. Foto: Ernesto Fernández.

Entrar en un aula del Cisneros era como volver a pisar el siglo XIX. La de Ciencias, por ejemplo, tenía sobre el alto dintel de la puerta un letrero de esmalte, estrecho y alargado, que decía: “Aula n° XIII”, así, en números romanos. Sus ventanales, también muy altos, daban a un patio sin vida, no nos fuera a distraer. Cada banco mostraba en el respaldo cuatro placas ovaladas de esmalte blanco con el número de cada uno -–cien en total--, tantos como éramos en primero y que era la capacidad de las aulas--, lo que permitía al profesor comprobar de un vistazo si faltaba alguno.

El suelo de gastadas tablas de madera, escalonado y ascendiente, multiplicaba el ruido de los temblorosos pasos del alumno solicitado a la pizarra o a la tarima.
El singular brillo de los bancos, producto del roce de cientos de traseros envueltos en honrada pana, estaba en contraste con las feas muescas que mostraban los pupitres, obra sin arte salida de la navaja de algún alumno aburrido en tarde de invierno; y en la pared del fondo se encontraba el reloj --grande, exagonal y con cifras romanas-- que tantas veces atrajo nuestra mirada anhelante, poco antes de que sonara el timbre, estridente y jubiloso, dando la hora en el pasillo.


--Por Dios, Sinforosa, no vuelvas la cabeza, que por ahí viene Roque con su burro nuevo y se lo va a creer.
--Pues qué pelma es, hija; no deja de darme la lata desde hace 80 años.

Pueblos de España en mis años de instituto. Así se hacen las cosas, repartiendo con equidad, como dijo  Franco: “ A cada uno lo suyo, su puerta, su ventana y su chimenea, sin olvidar desde luego el saco de la entrada, por si las moscas...” . Foto: Centro de Turismo (1964).

A la entrada de la clase de Ciencias, en lo alto de la pared --el aula tenía unos cinco metros de altura--, estaban fijas unas láminas que rezaban: "Periodisches System der Elemente von Mendelejew"; y otra más:”Poliedros regulares: tetraedro, dodecaedro, etc.”, y al no saber de qué iba y no tener a quién preguntar, esas láminas me parecian enigmáticas e inquietantes.

Sin embargo, lo que más llamaba la atención nada más entrar en el aula era el estrado, con la tarima de madera, amplia y elevada, a la que se subía por dos escaleritas laterales. En el centro de la misma se encontraba la mesa del profesor, larguísima y con tres sillones de recio cuero, a la usanza de los tiempos de Felipe II.

Circundaba la tarima una barandilla de hierro forjado, tan alta como la mesa, y detrás de la mesa, insertas en la pared, estaban las vitrinas, llenas de instrumentos polvorientos del año en que se descubrió la electricidad: Bobinas eléctricas, gordas como porras, voltímetros de a kilo y balanzas exactas de poco fiar. Todo aquello era muy antiguo y más viejo que la tos.

No obstante, algo mágico tenía ese ambiente vetusto y venerable, que además de informar el espíritu del alumno, le iba transmitiendo, año tras año, la solera intelectual y el indispensable amor al estudio.

Los catedráticos del Cardenal Cisneros - Vivat academia, vivant professores!
Los catedráticos del instituto Cisneros se caracterizaban por dos cosas: por su enorme saber y porque eran muy viejos. Y yo, hoy que he alcanzado su edad, ¡cuánto cariño siento por ellos! Esos hombres, tan sabios y a menudo por las nubes, con apodos crueles y excentricidades grotescas, eran los últimos representantes de una especie condenada a desaparecer.
Su más egregio representante era el de latín, Vicente García de Diego, que aunque Bibliotecario Perpetuo de la Real Academia Española, para nosotros, indoctos pipiolos, no dejaba de ser "Mito". Frase típica suya: "¡Es Vd. un burro. Nos pasamos el día hablando latín, así: de ager,agri: el agricultor; de campus,campi: el campo. Siéntese, un cero!"

Don Ernesto Giménez Caballero, mi profesor de literatura en el instituto Cisneros. A su lado, Gloria, la mujer de Dionisio Ridruejo. 
Acostumbraba a venir cada día al instituto con esa cartera en la mano, que era la expresión visual de un rito invariable y tranquilizante. Nunca nos recomendó un libro como lectura; seguramente porque se pensaba con razón que no teníamos un duro para tales gollerías. Así que nos conformábamos con recitar El Mío Cid, la Égloga Carnaval y la Cantiga de Serrana, que tanto me gustaba. Foto del libro: "Casi unas memorias", de D.Ridruejo.

El profe de literatura era el archiconocido Ernesto Giménez Caballero, que era exaltado, entusiasta y fantaseador, aunque también realista, ya que poseía una de las imprentas más importantes de Madrid. Hizo mucho por la literatura moderna (fundador de La Gaceta Literaria), por el documental de cine y por la obra pedagógica. Infaustamente, también fue el artífice de cosas tan estrambóticas como ese galimatías de "Por el Imperio hacia Dios", tan usado en Falange, y similares.

El que identificara la estilográfica de Franco con el falo del mismo también pasó a la historia.

No obstante, era un profesor bondadoso que jamás suspendió a nadie. Su manera de organizar la clase en plan de torneo medieval se hizo legendaria. Desgraciadamente, muy pocos --quizá ninguno-- llegó a calar en la enorme oportunidad que tuvimos de estudiar a fondo toda la literatura española y europea con su libro de texto, tan erudito.

Franco, con ese alma tan roma que tenía, no podía entender a los poetas y soñadores como Dionisio Ridruejo y Giménez Caballero (aunque ambos hayan sido en su tiempo dos “fachas” de órdago); así que envió al primero al destierro, y al segundo, de embajador a la embajada más lejana que tenía, al Perú.

Certificado académico  de un amigo mío (que gestionó años después),  excelente en dibujo --más tarde se hizo deliniante-- . Obsérvense las llamadas “Tres Marías”: religión, dibujo y gimnasia; qué fáciles ellas, qué gozo. Foto: Ernesto Fernández.

El catedrático de francés en primero era el Padre Peinado, un anciano de manos temblorosas. Su clase era por las tardes, y cuando el rumor de voces subía más de la cuenta, levantaba el brazo y agitando en el aire la lista enrollada en la mano gritaba algo que nosotros entendíamos como "con la lista" , o sea, al que hable alto le daré con la lista. Mucho después entendímos lo que quería decir, "con la vista", no en voz alta. Anécdota pija, pero divertida para mí.

 A partir de segundo tuvimos en francés a Manuel del Palacio Chevalier, más conocido por "Cubillo", excelente en ambos idiomas. Alto, seco, de mejillas chupadas y muy tieso, marchaba por los pasillos cual dolorida caricatura, atrayéndose la mofa despiadada de la manada estudiantil.

Veamos ahora a través de una escena real durante la clase de francés la candidez del profe en diálogo con un alumno del Hogar Ciudad Universitaria, que era donde estaba yo:
--El alumno Carrascal Redondo: "Sr. profesor, me he caído y me he hecho mal en un pie”.
--Profesor: "Palabra de falangista, más o menos caballero, es siempre palabra de falangista. El Sr. Redondo ha sufrido un accidente; llévenlo entre dos a la casa de socorro y si no pueden, llévenlo a pulso" Y conteniendo a duras penas la risa, estos pícaros se escaparon a tomar el sol.

Claro que en abono del profe hay que decir que tanto él como la mayor parte de los catedráticos del instituto habían escrito los libros de texto que usábamos.

Diciembre, 1941. Mi hermano mayor y yo en los porches del Hogar Alto de los Leones. La visita hace tiempo que la olvidé, pero quien quiera que fuera quien nos hizo la foto a mí me sacó -- a pesar de los pesares--optimista y emprendedor, casi entusiasta. ¡Bravo, chaval!. Foto: Ernesto Fernández.

Los otros catedráticos eran: Fiteras, de matemáticas, el de los "castillos" cuando explicaba los quebrados (yo veía por primera vez en mi vida un quebrado).
Don Agustín, de ciencias; seguramente era el único catedrático en toda España que aparecía en clase con el birrete y la borla de color. Cada vez que mencionaba a un científico extranjero --generalmente era un alemán--, corría a la pizarra a escribir el nombre, del todo ininteligible para nosotros.
Le siguió Espona, un profe "bueno", de los que no suspenden.
Tolsada, de literatura, quien calificaba de manera tan hiperbólica que lo mismo te endiñaba 5 ceros que un 10 al cubo de una vez.
El de dibujo, "Moquillo": "Hay que sacar la punta exagerada, de dos ctms.”
Doña Juliana, de geografia, que me puso un cero por no saber las partes de la Historia.
Y aquel sadista, el de geografía, gordinflón y untoso, que con una mueca sardónica nos decía: "Haceis ruido poque teneis hambre; sí, ya veo que no habeis comido", y flores parecidas.
 El de matemáticas, con una hija pipuda con la que hacíamos las prácticas de química. Cada vez que sonaba el timbre de salida gritaba él: "¡Ahora más silencio que nunca!", y golpeaba la mesa con la mano, sapicándole la tinta.
"Centella" y "El Niño", también de matemáticas; este último, con una luenga barba blanca.

Escena callejera en verano de 1949. 
“El aguador” sirviendo por el precio de 10 cts. un vaso de agua fresca al cliente. Para inclinar el barrilete se valia de un dispositivo muy simple: tiraba del cordel que le pasaba por el hombro. 
Los chicos van en alpargatas y uno de ellos lleva el pantalón bombacho caido –como cuando jugábamos al futbol--, y por la actitud relajada y el gesto algo aburrido se adivina que están de vacaciones. 
A la derecha se ve a un barrendero barriendo la calle, sin temor a ser atropellado por uno de los pocos autos que circulaban. Foto: Centro de Turismo (1964).

El de griego, "Neanias" (el joven, en grigo), pues sólo tenía unos cuarenta y tantos años; en comparación con los otros catedráticos, un pibe. ¡Ay, Neanias!, instrumento del Destino. Su chivatazo de que faltaba a clase provocó mi expulsión fulminante, a punto de terminar el quinto curso (en los cuatro cursos anteriores no me habían suspendido ni una sola vez; nota media: notable). Cuando se enteró de las consecuencias, se quedó consternado, convencido como estoy de que en realidad sólo quería ayudarme. (La causa de mi “malheur” era que había llegado la pubertad con sus problemas, y yo, ni zorra idea de qué era aquello).

Miss Orfelia, de inglés; una inglesa preciosa con un coche topolino. En navidades llevaba una gramola de manivela y villancicos ingleses.
Alexandre, el de fisica y química; me echó de clase por reirme cuando explicaba la electricidad estática y había dibujado unas bolitas que pendían de un cilindro que a mí me recordaba a un pene. ¿Por qué no consideraría que yo estaba en plena pubertad?

Y por último, el de filosofía, Sr. Alegre, con quien impulsado por una extraña corazonada me lancé a hacer el test de montar un manubrio con dos émbolos, y dado el tiempo que empleé me dijo: "Vd. no valdría para mecánico." Si me llega a ver algo mas tarde en Alemania montando motores como una fiera...
                                                                       
Los Alumnos del Cisneros 
Casi todos los alumnos del Cisneros eran hijos de trabajadores o de sencillos empleados, por eso no es de extrañar que allí ninguno fuera nunca en coche, ni siquiera en bicicleta  (¿dónde la hubiera aparcado?), y solamente dos hermanos --muy espigados los dos-- llevaban cartera de cuero a la espalda; los demás, carpetas de cartón.

De todos modos, los hubo con suerte: Pereda, por ejemplo, que tenía como vecino de banco a Pato, chico fino y por lo visto acomodado, quien todos los días le daba el bocadillo que traía de casa.
 Algunos pasaban lista, y todavia resuena en mis oidos la cantinela diaria de "...Falla Ramos, Fernández Agudo, Fernández Fernández...”

Parroquia de San Juan Bautista, boda de mi maestra de “Alto de los Leones”, Berta (Señor, qué cúmulo de ignorancia), y Don Aurelio. Yo acabo de ingresar en el HCU (Hogar Ciudad Universitaria) y ya voy al instituto. Soy el chico de la derecha, de doce años y medio, con pantalones cortos, rostro inteligente, pecho raquítico y sonrisa“ à la Gioconda” . (Con el zoom la foto se ve mucho mejor). 

En las manos tengo el último tebeo de Roberto Alcázar y Pedrín; además voy pertrechado con un escapulario de la Virgen del Carmen y una medalla de la Virgen del Pilar para que me ayudaran a no pecar contra el sexto mandamiento –otro no había--, que aun cuando lo teníamos continuamente en la cabeza paradójicamente nunca lo nombrábamos por su nombre –no fornicar--, y si lo hacíamos parecía que decías una palabrota. 

A mi lado se encuentra Maruja, la directora del Hogar Alto de los Leones, una de esas“jamonas” a la antigua usanza, de presencia burguesa, barroca y con muchos refajos de seda negra, aromando a incienso de Misa Mayor y a cama sin hacer. A menudo --sin darse cuenta, por supuesto-- se sentaba delante de mí en posición harto descocada (hoy día que tanto se ha envilecido la lengua se diría “esparrancá”), y yo, olvidando mi pureza y buenos propósitos, me quedaba absorto... con la mirada perdida entre sus ligas. 

En la última fila, a la derecha, vemos una pantera escapada de algún parque zoológico de lujo, que estuvo en el Hogar de Leones durante tres meses haciendo el Servicio Social. Aunque hacían el mismo trabajo que el resto de las guardadoras,  estas chicas del Servicio Social destacaban tanto físicamente como en todo lo demás. Hasta las había que eran nobles, como la Sta. Charito, por ejemplo, que era marquesa. A mí, sin embargo, esta pantera de que hablo, sin ser marquesa, me gustaba más... por guapa. Agosto, 1947. Foto: Ernesto Fernández.

En el verano del año 1946, Talayero, Inspector Nacional de Enseñanza Primaria, se presentó en A. de los Leones, y en presencia de la directora (Maruja Hidalgo) y de mi maestra (Berta) me hizo el siguiente exámen: Me preguntó la tabla de multiplicar y a continuación que cuántos lados tenía un pentágono. Yo que en mi vida había oído esa palabra, después de vacilar un momente le dije que ocho, por decir un número. Peor hubiera sido que le hubiese dicho veinte. Así que este buen señor, tan incompetente como el resto, dándome un cachecito paternal en el rostro me dijo que todavía era muy joven para ingresar, eso que ya tenía 11 años.

Mi maestra ni se sonrojó ante mi fracaso --que era el suyo-- quizá para que nadie notara que ella tampoco sabía la contestación correcta, pues carecía del título.

Al año siguiente, no sé si Talayero se había muerto, si le habían destituido o quizás me había olvidado, el caso es que sin su mediación aprobé el exámen de ingreso en el Ramiro de Maeztu, aun cuando continuaba sin saber lo del pentágono. ¡Pero qué pésimamente nos prepararon aquellas maestras  que de tales no tenían más que la denominación!

Grupo de niños “superdotados” -- según la prensa franquista--, que han ganado el Concurso Nacional de Catecismo en 1946, al haberse aprendido el catecismo Ripalda de memoria. ¡Pero qué monstruosidad, tío! Ello les daba derecho a estudiar en el "Hogar Ciudad Universitaria".

El primero de la derecha es V. Niño, con aire de “a ver, ¡otro saco más!”. A su lado se encuentra Serrano, muy obediente y muy formal, que eso también ayuda mucho en la vida a falta de otros recursos. En el centro, Urbano, el más listo y alegre del grupo. Luego viene Canales, intentando introducir la moda “pardales” en Madrid, sin conseguirlo. A su lado, un chaval desconocido que ya sueña con un puesto en un consejo de administración y se ha puesto una corbata. Las chicas al fondo --¡condenación, yo las recordaba más guapas!-- también se han aprendido el catecismo de memoria, lo que garantizaba su habilidad para poner inyecciones en el popó como enfermeras o para enseñar como maestras el abecedario a los niños.

En Alto de los Leones, lugar donde reinaba la incultura aderezada con Flores a Maria, me pusieron a estudiar porque era "el que más sabía", es decir, el famoso tuerto en el país de los ciegos, por lo que para chincharme me llamaban ”maestro" y yo --tonto de mí-- en lugar de sentirme halagado, me cabreaba.
Pero no hay que engañarse, que todo mi acervo cultural acumulado en siete largos años de clase por la mañana y por la tarde, incluso los sábados, se reducía a saber las cuatro reglas y a leer y escribir, con muchas faltas de ortografía, pues jamás hicimos un dictado, todo aprendido de una manera burda y de memorieta.

Las libros que tuve fueron escasísimos --¡con la sed que tenía de lecturas!--, solamente algunos,  que además rezumaban ejemplaridad pedagógica, como "Así son nuestros Niños" , los de derechas, claro, no los otros, golfillos con sangre roja en las venas.

Además, muchos tebeos. Y por último, los libros con los que más disfruté: "Las Aventuras de Sandokan", ",Aventuras de Guillermo" y "Los Apuros de Guillermo", libros que me prestaron los  alemanes que había allí. (Me sorprendió muchísimo enterarme de que el autor Richmal Crompton era una mujer. La serie de “Guillermo”, escrita por ella, es fenómena).

Para terminar el tema diré que en mi clase del “hogar” la gramática,  la geometría, los quebrados, etc., todo era tabú, tierra ignota. Por eso cuando entré por primera vez en el aula de latín -–llegaba con retraso por culpa del ómnibus que nos llevaba al instituto--, el profe estaba dictando “nominativo, genitivo...” con lo que me quedé helado: Aquello me sonaba a chino.  La Historia Sagrada sin embargo nos la sabíamos de memoria.
Y aquí termina este artículo, escrito para recrearme en el recuerdo y en honor de todos aquellos que tuvieron la suerte de pasar por el Instituto Cardenal Cisneros.
-.-.-          
Ernesto Fernández Agudo
Alemania, 2013

 Otros artículos del autor:
- Hogar Ciudad universitaria – Auxilio Social
- Historias matritenses: Un emigrante en Alemania
- Historias matritenses: La Ciudad Lineal en el recuerdo
- Historias matritenses: Hogar Alto de los Leones 
- Historias matritenses: El último viaje de un tranvía. – Ciudad Lineal
- Historias matritenses: El velódromo y Campo del Plus Ultra – Ciudad Lineal
- Historias matritenses: Las tres beldades del Auxilio Social y el cabaret

14 comentarios:

  1. Me ha encantado tu articulo Ernesto. Creo que, a pesar de lo que comentas algo de bueno hicieron contigo las escasas ensenanzas. Que bien escribes!!!!!

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  2. Ernesto Fernández (Alemania)29 de noviembre de 2013, 16:04

    Hola, anónimo: Si fueras chica diría que tu corto pero amable comentario me ha sentado como al gato al que se le acaricia el lomo y se pone a ronronear. Pero como seguramente serás chico diré mejor: Gracias, amigo, que yo procuro contribuir a que la gente, leyendo mis cosas, se anime, y echándose un lingotazo de buen coñac, olvide este cielo de invierno, brumoso hasta la obsesión.

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  3. Hola Ernesto.

    Muy ameno e instructivo tu relato, se me ha hecho corta su lectura, espero que tengas fresca la memoria, y nos relates tus vivencias en el Ramiro.

    Un saludo.
    Pedro.

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  4. Ernesto Fernández (Alemania)29 de noviembre de 2013, 19:20

    Hola, Pedro, poco más de lo que aquí relato puedo añadir, ya que allí no estuve más que dos días para hacer el Ingreso de bachillerato: uno el exámen escrito y otro el oral. Así que poco pude ver y admirar de aquellos chavales, gorditos y doraditos, que por allí pululaban con sonrisa de acabar de desayunarse un humeante tazón de leche cremosa.
    Yo venía de la Ciuli, donde el niño rico era "rara avis", o en castellano castizo "bicho raro", ya que en invierno, los potentados levantaban el vuelo y sólo quedaban los "economicamente debiles", que decían los políticos.
    De todos modos, de aquellos niños de mamás pipudas y suavemente perfumadas, se puede decir sin temor a errar que eran adoradores de Franco, que habían ganado la Guerra y que los domingos iban a Misa Mayor luciendo sus calcetinitos blancos.
    Otra cosa que no quiero se me olvide: Los profesores del Cisneros tenían más rango y solera que los del Ramiro. Vale

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  5. QUE RAZÓN TIENES,cuando dices la escasez de libros para leer,a pesar de tener una familia lectora,yo no podía encontrar más de algún libro escrito en francés y los sempiternos del regimen,pero recuerdo con agrado los puestos de libros que vendían en la Plz. de Castilla,en ellos me gastaba la paga muy a gusto en comprar libros ( prohibidos) por el régimen de Franco.
    Sigue con tú ironía,a mí me gusta mucho,un abrazo desde esta tierra que aún sigue siendo cálida a pesar del invierno.
    Un aludo para todos de G.M.P.

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  6. Ernesto Fernández (Alemania)1 de diciembre de 2013, 15:09

    Aquellos años --entre el 45 y el 47-- en que de vez en cuando empecé a salir de la "jaula" para hacer algún recado en la Ciuli, me encontré en cierta ocasión, entre la parada 5 y la 6, a una niña (¡oh, una niña!), que llamábamos PALOMA, cubierta con una graciosa capa azul y charlando y sonriendo como un angel a su "príncipe azul", de nombre burgués A. Ferrús. Ese "beau" que tanto te ilusionaba fue posteriormente mi compañero de mesa y, créeme, tan bello como era, así de cerrao era de mollera.
    Todo aquello pronto desapareció definitivamente de mi entorno, sin embargo, todavía conservo el débil recuerdo, perfumado y lejano, de mi casual encuentro con la PALOMA de la Ciudad Lineal.
    Sí, es cierto, no sé qué hubiera dado por haber tenido libros en mi niñez: de caballerías, de aventuras, de héroes..., pero me tuve que conformar con El Guerrero del antifaz y Roberto Alcázar y Pedrín... Un abrazo.

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  7. Hola Ernesto,
    Yo también creo que escribes bien pero no me gusta, y me molesta, tu estilo ofensivo. Para conocer cómo funcionaban esos dos colegios el Instituto Cardenal Cisneros y el Ramiro de Maeztu no hace ninguna falta, creo yo, que los lectores sepamos de tu odio visceral o de la insana envidia –creo que no se le puede llamar de otra manera- que manifiestas claramente hacia los que no son de tu clase y que, al parecer, ese sentimiento te ha acompañado toda la vida y aún ahora, pasados los setenta, no has sido capaz de superar. Molestan esos prejuicios, que demuestras tener en tus escritos, contra aquellos niños que usaban calcetines blancos y sus mamás que olían a limpio, cosas ambas que se pueden dar en todo tipo de clases sociales y no hace falta arremeter contra ellos como si únicamente lo tuyo fuera lo bueno y lo bien hecho. La pulcritud no tiene nada que ver con la política porque, de otra parte, das por sentado que todos ellos eran adoradores del dictador. Me gustaría saber en qué te basas. He leído varias cosas tuyas y la verdad es que las encontraría mucho más interesantes si la imparcialidad se reflejara en tus escritos.
    Entiendo que si todo en tu infancia fue como se desprende de tus relatos debía ser muy duro para ti pero es que culpabilizas al cincuenta por ciento de la sociedad de todos tus males pasados y eso es lo que no encuentro correcto.
    Un saludo,

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  8. Ernesto Fernández (Alemania)3 de diciembre de 2013, 1:41

    Hola, B.R. (¿a qué tanto misterio?),
    Resulta que a lo mejor eres del bando repelente de los "fachas", lo que no tendría mayor importancia, ya que también los hay educados. Pero tú te has manifestado como un individuo agresivo, sin una chispa de humor, incapaz de apreciar lo que hay de humano --envuelto en ironía, para paliar el dolor-- de casi todos mis escritos. Tampoco has captado mi admiración --jamás envidia-- por aquellos niños del Ramiro de Maeztu, que describo como los afortunados que iban a misa con "calcetinitos blancos..." Tu incapacidad de ver que iba buscando el equilibrio me demuestra que eres tan romo como lo fue vuestro sempiterno admirado Franco. Lo de las "mamás perfumadas, oliendo a Chanel 5", se mire como se quiera, es una alabanza, entre otras cosas porque la mujer (y el hombre) obrero de entonces podía oler a todo: a sudor, a colonia barata o a los componentes de la sopa de ajo, pero jamás a perfume francés.
    ¿Qué por qué no soy imparcial? ¿Con quién, con el carnicero de Franco? ¿Pero tienes tú idea de la orgía sangrienta que organizó ese malvado en tiempo de paz? Y en el lecho de muerte aún tuvo la desfachatez de decir "perdono a mis enemigos...", hay que ser cara.
    El día de mi ingreso tuve oportunidad de respirar el aire puro del R. de Maeztu con sus grandes avenidas y de contemplar a la entrada, en una estatua monumental, al "Centinela de Occidente", montado en su penco, de manera poco airosa y con cara de mala leche. ¿Y ése fue tu modelo? Pues me has salido rana y con mucho odio a todo el que intente poner en tela de juicio ese eterno estado de injusticia que desde hace siglos reina en España. La República lo intentó y lo pagó muy caro.
    Y eso es todo; yo no hago otra cosa que relatar objetivamente lo que fue y NO debiera haber sido.
    Adieu.

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  9. Era de esperar tu reacción Ernesto. Si crees que las ideas se defienden atacando a quien te cuestiona te estás poniendo a la misma altura de aquellos a quien tanto criticas. Ese parece tu estilo: dictatorial. Presupones que soy “del bando de los fachas” “vuestro siempre admirado Franco” me dices ¿y ése fue tu modelo? Ya me has puesto etiqueta, y todo ello sin que yo haya hecho ningún comentario político, ni tú sepas cual es mi ideología. Te diré que soy de los que piensan que no se puede acusar gratuitamente a nadie de pertenecer a uno o a otro lado sin un conocimiento previo de la persona, solo porque discrepa de tu manera de escribir o de pensar.
    Desde la imparcialidad lo único que te recordaré es que a muchos, a muchos, los mataron sin firma previa, sin juicios, y por discrepar de los que creen que es con la violencia como se resuelven las cosas. Y eso no es una opinión personal, es historia.
    También debo decirte que ciertamente no capté que con la ironía de tus escritos intentabas paliar tu dolor, como tú mismo reconoces. Lo siento y te pido disculpas.
    Un saludo,

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  10. Independientemente de mi ideología política, apoyo y estoy totalmente de acuerdo en los comentarios de Ernesto, que refleja magistralmente una época que solo algunos no quieren o son incapaces de reconocer.
    Aunque algo más joven, nací en el año 1951, me veo perfectamente identificado en mi época de estudiante, tanto en colegios públicos, como posteriormente en uno religioso, donde cursé el Bachillerato.
    Animo Ernesto.
    Un saludo

    Jesús Navas

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  11. Hola Ernesto. Tu artículo de "el Cisneros" ha devuelto a mi memoria nombres olvidados de muchos profesores y a ese pasillo semienterrado donde estaba la clase del profe de Geografía, con su techo lleno de estalactitas de conos de papel, y a esos alumnos que desde la puerta le gritaban "cachiiimbaaaa", y a su contestación socarrona, "tu padre hijo, tu padre", dándole de nuevo una bocanada a su puro. Ese pasillo que daba a la salida, casi siempre cerrada, de Amaniel, a una escalera como clandestina de caracol y a la entrada al estrecho pero para mí entrañable cine donde se me grabó el título de la película "Las rocas blancas de Dover" y aquella otra en la que una joven, creo que bailarina, era perseguida por los malvados comunistas rusos y encontraba refugio en un convento de monjas a la espera de su paso al mundo libre. Pasillo desde el que se veía la tienda de ultramarinos en el que por 0,80pts compraba 100gr de higos recubiertos de tierra.
    Tu artículo me ha hecho recordar el entorno del Instituto por donde correteé los años 48-51, los "Billares Azul", "Los Sótanos", el descampado de "El Cuarte de la Montaña", los bajos del "Cine Avenida", el cartel del cuerpazo de "Gilda" embadurnado de rojo por unos reprimidos subnormales, las "Raíces profundas" en el "Cine Actualidades", y el "Capitán Maravillas" en el "Cinema X" cuando al grito de "Sazan" para salir volando los alumnos de la "Facultad de Filosofía y Letras" contestaban a coro "agárrame las pelotas que se me van". Y aquella manifestación de universitarios en apoyo de un obispo o cardenal, creo que húngaro, que cortaron la calle San Bernardo haciendo apearse muertos de miedo a los pasajeros de los tranvías "miles" cuando los hacían balancearse moviendo el trole de un lado para otro.
    Historias de unos años olvidados porque, como bien dice Juan Marsé en el último párrafo de su novela "Un día volveré": "...hoy ya no creemos en nada, nos están cocinando a todos en la olla podrida del olvido...aunque algunos, por si acaso, aún mantenemos el dedo en el gatillo de la memoria." Esa estrategia es la que lleva a muchos a no aceptar nada más que lo "correcto"
    Como puedes observar mis recuerdos están más fuera del Instituto que dentro. Y espero que no me digas que no sea trascendente y tenga más sentido del humos. Un abrazo.

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  12. Ernesto Fernández (Alemania)4 de diciembre de 2013, 12:47

    Hola, Merca,
    Sí, todos esos lugares que mencionas y en los que siempre "ocurría" algo, aventureros y llenos de anécdotas surgidas de la actividad madrileña del Distrito Centro, se fundieron con nuestras vidas y fueron la tentación y el desvío de multitud de alumnos. Eran sitios donde malversábamos las horas de estudio y nos calentábamos en invierno. Entre ellos había tambien "antros de vicio", como el "Cinema X", donde Miguel era asiduo cliente de la "fila de los mancos"... ¡Una cerdada, vive Dios, por 5 pts! Cuando salía le hacíamos mil preguntas que él sólo respondía con una sonrisa de superioridad.
    El lunes, después de apearnos del ómnibus (nombre anticuado y pedante que tanto me gusta),lo primero que hacíamos era ir al pórtico de una iglesia, donde podíamos leer en el tablon de anuncios la calificación moral otorgada por la Iglesia a todas las películas de Madrid. La escala iba de 1 a 4, que eran las más "verdes", según la Iglesia. Pero el "non plus ultra" eran las calificadas con R4, que iban acompañadas de la notación "gravemente peligrosa", o sea, la condenación eterna por hora y media de placer cineasta. Y esas eran precisamente las que íbamos buscando y las que elegíamos... Sin esa lista condenatoria a lo mejor nos hubiéramos metido en "Blanca Nieves y los 7 enanitos", c'est la vie.
    Que te diviertas por Madrid.

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  13. Hola Ernesto: Acabo de leer tu comentario sobre mi amiga PALOMA. La sigo viendo una vez por semana en Torrelodones, donde vive con su familia. Tiene una nieta de año y pico y está atontada con ella...tal como es normal en cualquier abuela que se precie. El domingo le diré lo de tus recuerdos sobre ella...¡Jo, no sabía q. Agustin F. fuera un zoquete!...Yo t.b. le conocí, pues Paloma, mi hermana y yo siempre estabamos juntas.
    Un saludo y...¡Felices fiestas!
    Marisa

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  14. Ernesto Fernández (Alemania)5 de diciembre de 2013, 18:18

    Hola, Joaquín Gorreta, hay quien para estar contento sólo necesita una tiza en la mano; tú, ni eso. Te felicito.

    Hola, María Luisa,
    Me alegra que vuelvas a dar señales de vida, lo que es muy importante, si tenemos en cuenta que ya somos los últimos representantes de aquella Ciudad Lineal de los años cuarenta --bueno, tú casi de los cincuenta-- que poco después, con la creación de la Autopista de Barajas, inició su ocaso para transformarse en otra cosa, ni mejor ni peor, sino diferente.
    De tu Amiga PALOMA guardo lo mejor que se puede guardar de una mujer: El recuerdo florido de un encuentro fugitivo que, precisamente por eso, prevalece..Además, como éramos niños, pues con mayor razón todavía.
    De ese compañero que mencionas (luego se hizo de la Policia Armada), A.F., ya dije que era un guaperas, atlético y de magnífica presencia, pero, ¡ay!, un zoquete de cuerpo entero. La asignatura de física la repitió tres años, y al final, el profe, aburrido de tener año tras año en primera fila a él y tres aspirantes más al Premio Nobel, les dió el aprobado, no obstante estar convencido de que no habían entendido una palabra de la asignatura.
    Y ahora como soy muy anticuado me despido con un
    ¡Felices Pascuas!.

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