Pero fue otro rey, Felipe IV, quien hacia 1630 dio, o provocó, el impulso a este impuesto. Siendo valido el Conde-Duque de Olivares, España estaba en pleno conflicto con varios países europeos por la hegemonía de Europa, lo que provocó que la corona se viera obligada a pedir dinero a grandes prestamistas y a otros países y entidades entre los que se encontraba el municipio madrileño. En concreto de Madrid obtuvo treinta millones de reales, que nunca fueron devueltos pues el Estado se declaró en bancarrota. Esta cifra suponía un gran lastre para el municipio. La corona le otorgó la libertad para cobrar el impuesto de consumos (2) y también el de tabacos -este último lo volvió a tomar el Estado a los pocos años-, para paliar la falta de liquidez que se extendió durante siglos.
De esta forma el impuesto sobre el consumo pasó a ser el principal ingreso en las arcas municipales. Este mismo método se fue aplicando en otras ciudades de España. Las diversas cercas o murallas que tuvo Madrid eran el elemento ideal para llevar a cabo la recaudación de consumos. En las puertas y portillos con las que contaba la ciudad fueron establecidos los fielatos, también llamados "casetas de consumo".
En los fielatos estaban los dependientes municipales que eran los encargados de revisar las mercancías y expedir los adeudos, tal y como si fuera una aduana entre países. Estos dependientes, también conocidos como agentes, contaban con una garrota acabada en punta que utilizaban como defensa y para pinchar los sacos en caso de sospecha. Poco antes de mediados del siglo XIX el personal de los fielatos fue dotado de armas de fuego. Normalmente solía haber algún cuartel del ejercito cercano a las puertas, que además de servir de protección a la ciudad, podían echar una mano a los agentes de consumo en caso de problemas.
Pero "Hecha la Ley, hecha la trampa". Casi de inmediato surge el matute, y para ejecutarlo los matuteros. La palabra matute es un derivado de matutino y parece que se utilizó por primera vez en Murcia antes de 1700 -así figura en los diccionarios del siglo XVIII-, y hacia referencia a los matuteros, que eran las personas que intentaban introducir de matute mercancías en la ciudad antes de que amaneciera. La utilización de la expresión matute se expandió por todo España referida al contrabando, aunque también se utilizaban otras como "de tapadillo", "de extranjis", .....
Recordaremos que con motivo de las obras del aparcamiento de la calle Serrano, en el año 2009, apareció parte de la cerca de Felipe IV en donde estaba el antiguo Convento de los Agustinos Recoletos, a la altura de la Biblioteca Nacional en la calle Jorge Juan. Había unos túneles por debajo de la cerca que no sé sabe muy bien de que se trataba, si de alguno de los viajes del agua o de un paso subterráneo para evitar los fielatos.
La implantación del impuesto de consumos dio lugar a nuevos negocios, como las tiendas de decomisos que casi siempre se hacían con las subastas de las mercancías que habían sido requisadas. La tienda más famosa se encontraba en la calle Montera, y en ella vendían telas, lozas, cristalerías,...
Madrid era la ciudad que más alta tenía la tarifa, por delante de Barcelona, Valencia, Sevilla, Málaga y Cádiz. En la siguiente tabla podemos ver como se aplicaban las tarifas en 1848, diferenciando las ciudades según el número de habitantes.
Desde la publicación de este Real Decreto el impuesto se aplicó para todos los productos solo sobre el consumo realizado, anulando el gravamen sobre la fabricación que anteriormente se aplicaba a los jabones, aguardientes y otros productos -esto era una vieja reivindicación que se remontaba a 1760-. Asimismo se liberó de toda tasa a muchos productos fabricados en España como: telas, máquinas, loza, vidrio, cristal, papel,...
Pero el hecho más llamativo ocurrió en enero de 1886, cuando el diario "El Imparcial", denunció que había en Madrid una empresa que tenía una amplia plantilla de matuteros a su servicio (se creía que eran unos 1.000). Contaba con almacenes y una cartera de clientes fijos que abonaban unas cuotas fijas bajo la apariencia de pólizas de seguros. Según la prensa la organización empezó a operar en 1850, y dividía a sus matuteros en las siguientes categorías:
Por curiosidad podemos destacar los siguientes métodos de burlar los registros: las matuteras empetadas colgaban de su cuerpo el género; las amas secas imitaban llevar un niño de pecho cuando se trataba de cabritos o corderos; los carreros de tránsito utilizan los ómnibus, tranvías, carros de basura e incluso coches fúnebres; y las barbianas iban muy bien vestidas, en un coche con cochero y criado y utilizaban distintos fielatos a lo largo del día para introducir las mercancías en sus elegantes coches.
Los matuteros tenían a gala desarrollar su labor mediante el engaño, y solo utilizaban sus armas si eran pillados in fraganti, pero el uso de la violencia era considerado como una deshonra para su profesión. La organización contaba con carros para mover el género dentro de la población y tenía un pequeño cuerpo de seguridad. Si algún matutero caía en manos de la Justicia solían hacerse cargo de los gastos para ponerlos en libertad. El Ayuntamiento bajó el impuesto de consumos con el fin rebajar el precio final de los productos y que el negocio de la compañía de los matuteros fuera menos rentable.
Los altercados solían ser recogidos en los periódicos, siendo la primera noticia en 1820, cuando un matutero fue herido de muerte en la Puerta de Segovia por un carabinero que acudió a ayudar al consumero -esto no quiere decir que fuera el primer altercado- (3). También en el fielato de Cuatro Caminos un barrendero fue disparado por un agente del fielato en febrero de 1890 a las cuatro de la madrugada, cuando iba a su trabajo en el distrito Universidad, siendo su único delito llevar un taleguillo con su almuerzo.
Estos excesos de fuerza por parte del personal de los fielatos desembocaba en muchas ocasiones en verdaderas batallas campales con los vecinos, resultando normalmente incendiadas las casetas de consumos. Así ocurrió varias veces en Valencia, Játiva, Mahón, Valladolid, Ciudad Real, Mallorca,... aunque por lo general el motivo real era el descontento del pueblo con los precios tan elevados de los alimentos que era achacado al odiado impuesto de consumos.
También ocurrían anécdotas graciosas, como la que sucedió en Las Ventas en la Navidad de 1894 cuando una madre con su hijo pequeño -asiduos matuteros- montaron en el tranvía que les conducía a Madrid. Resultó que una vez sentados el niño se empezó a ahogar pues la ristra de longaniza que llevaba alrededor del cuello le empezó a apretar. La madre le dijo que se la aflojara un poco con tan mala suerte que una longaniza se le salió de la ropa quedando a la vista del agente de consumos que en esos momentos revisaba el tranvía. Este inquirió a la madre y al niño para que se apearan del tranvía, pero la madre se negó. El consumero llamó entonces a un Guardia Municipal que iba sentado más atrás para que hiciera bajar a los matuteros, pero este se hizo el remolón diciendo que no estaba de servicio. Le gente se impacientó porque el tranvía no arrancaba con lo que el guardia se tuvo que levantar para hacer bajar a la madre y al hijo, con tan mala suerte que al intentar tirar de ellos se le abrió la capa y dejó al descubierto una bota de vino de arroba y media que escondía en la cintura, lo que provocó las risotadas de todas las personas que iban en el tranvía.
En 1897 el Ayuntamiento sacó a pública subasta el arriendo de las casetas de consumos -ya habían estado antes en alquiler en 1830 y en otras ciudades de España-, adjudicándose por 20.600.000 pesetas la renta anual que percibía el Consistorio Municipal por el total de los fielatos. Esto provocó muchas dudas sobre el comportamiento de los consumeros -la empresa tenía 1.200 empleados-, pues a menudo se pasaban en el celo de su cometido -a pesar de que desde el Ayuntamiento y Hacienda se pedía mayor indulgencia-, y en otras se dudaba de que algunos no estuvieran compinchados con los matuteros. Así en 1900 el fielato que más recaudaba era el de la Estación de Mediodía (Atocha), pero para ello los agentes de consumos hacían abrir a todos los viajeros sus equipajes al aire libre, hiciera mal o buen tiempo, formándose en ocasiones grandes colas de gente a la intemperie, con las consiguientes protestas de todas las personas que salían de la estación.
Madrid contaba en 1900 con dos zonas para la cobranza de los consumos, la llamada de extrarradio o zona fiscal, y la municipal (esta última a cargo de la empresa arrendataria). En los fielatos del extrarradio había 1.000 agentes municipales que debían de estar las 24 horas del día en sus puestos de trabajo. El control de la buena labor de los fielatos del extrarradio era supervisada por los agentes de los fielatos municipales o la propia Policía Municipal que podía exigir los recibos de consumo a las personas que ellos consideraran.
El lugar donde se situaban los fielatos daba muchos quebraderos de cabeza pues los vecinos del municipio de Madrid que estaban cerca de los del extrarradio se quejaban por pagar tanto por los productos como sí vivieran en el centro de Madrid. Así en 1906 los vecinos de la carretera de Aragón (actual calle Alcalá), que vivían entre la calle Goya y la plaza de Manuel Becerra se reunieron con el alcalde para solicitar que el fielato fuera trasladado más hacia Madrid. También los fielatos eran un estorbo para las industrias que se asentaban en las afueras de la urbe, optando algunas de ellas por salir fuera del municipio para no tener que estar a diario pasando sus mercancías por aquella especie de aduana.
En mayo de 1911 se empezó a debatir en el Congreso la eliminación de los consumos, buscando nuevos impuestos que pudieran suplir la falta de ingreso a las arcas de los municipios, creando para ello los impuestos de inquilinato y repartimiento. El 1 de enero de 1913 se eliminó el impuesto de consumos en varias ciudades como: Gijón y Murcia, y en muchas otras más pequeñas. Otras decidieron hacerlo por fases, lo que ocasionó disturbios en algunas ciudades donde seguían en funcionamiento los fielatos, como en Toledo donde quemaron las casetas.
Pero Madrid era un caso aparte por su gran envergadura. El consistorio madrileño se quejó al Gobierno pues con el inquilinato no llegaba al 30% que recaudaba con los Consumos. Finalmente, y de forma transitoria, se concedió seguir cobrando consumos sobre las carnes y la sal, y se creó en exclusiva el impuesto sobre alcoholes. El debate siguió hasta finales de 1914, cuando se decidió la supresión total del impuesto de Consumos, excepto para la sal. Sin embargo los madrileños estaban descontentos pues los precios de los alimentos no bajaron a pesar de haber suprimido el impuesto de consumos.
Desde 1916 los fielatos fueron utilizados para pesaje de carros y camiones, y para inspeccionar la salubridad y calidad de las carnes -denominado oficialmente como "reconocimiento sanitario", aunque de esto tenía poco-. Los fielatos empezaron a cobrar el llamado "arbitrio de pesas y medidas", por el que cualquier vehículo que entrara en Madrid con mercancía debía de ser pesado y pagar un canon por ello. Esto ocasionó muchas protestas de los comerciantes pues se cobraba por mercancías que estaban en tránsito, por ejemplo géneros que llegaban a las estaciones de tren de Madrid y después se enviaban a pueblos cercanos. Esta práctica abusiva, sin duda utilizada al principio para mantener al personal de los fielatos, fue corregida a mediados de 1917. Los fielatos exteriores, como el de la calle López de Hoyos, siguieron en funcionamiento hasta mediados de los años cincuenta, pero ya únicamente para pesaje.
En 1934 entró una palabra a sustituir al matute: el estraperlo. El "straperlo" se trataba de un juego con una nueva ruleta inaugurada en Formentor en la que la banca siempre ganaba. Su nombre viene de sus creadores, un polaco apellidado Strauss y un holandés apellidado Perel. El caso tuvo gran repercusión en la prensa pues se vieron involucrados importantes deportistas, políticos y autoridades municipales.
Por desgracia, debido a la escasez, el estraperlo se hizo famoso durante la posguerra.
Autor: Ricardo Márquez
En este blog colabora José Manuel Seseña.
Notas:
1 - Parece que el principal motivo era las continuas inundaciones del Prado de San Fermín -lo que hoy es el Paseo del Prado-. El arroyo de la Castellana bajaba muy crecido con las lluvias y las aguas dejaban anegada la zona de Atocha, quedando incomunicado Madrid hacia el sureste.
2 - A lo largo del tiempo el impuesto fue cambiando de nombre: Sisas, derramas,..... hasta que a finales del siglo XVII se utilizó casi en exclusiva consumos.
3 - Consumero era el nombre que se les daba popularmente a los agentes de los fielatos.
Muy curioso todo e interesante, enhorabuena. Está claro que ha habido muchos Montoros a lo largo de nuestra historia, pero también es evidente que aquí hecha la ley, hecha la trampa.
ResponderEliminarMuy interesante toda la información facilitada. Enhorabuena por tan excelente trabajo.
ResponderEliminarSaludos,
JdG
Muchas gracias Rafael y Javier por vuestros comentarios.
ResponderEliminarExtraordinario y jugoso artículo, Ricardo. Cada vez que escribes algo, consigues el «más difícil todavía». Te felicito muy sinceramente. En Madrid existe, como todos sabéis, la plaza de Matute y me gustaría saber si guarda relación con el significado de la palabra tal como aquí se cuenta o es el simplemente apellido de alguien. Yo tuve un compañero de trabajo apellidado así. Por otro lado, como curiosidad, contar que yo también tuve un gato al que puse de nombre Matute, como homenaje a aquel policía gatuno de la serie de dibujos animados «Don Gato». Un cordial saludo.
ResponderEliminarGracias por tus palabras Juan Antonio. El nombre de la plaza de Matute es por un regidor de Madrid del siglo XIV llamado Melchor de Matute.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Ricardo! ¡Ya me figuraba yo que dedicarle el nombre de una calle -o plaza- a un hecho delictivo no podía ser! Aunque quién sabe...
ResponderEliminarMe ha encantado el articulo, realmente valioso para mí. Muchas gracias por compartirlo.
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