miércoles, 4 de noviembre de 2009

El Cerro de la Cabaña – Barrio desaparecido de Madrid. (1ª parte)

Como continuación del artículo sobre la Iglesia de San Juan Bautista, vamos a ver más a fondo lo que fue el barrio del Cerro de la Cabaña, perteneciente al antiguo municipio de Canillas.


Estaba enmarcado al norte por la actual calle López de Hoyos, antigua carretera de Hortaleza, siendo la otra acera el barrio del Ventorro del Tío Chaleco, perteneciente al pueblo de Chamartín de la Rosa. La frontera natural al oeste era el arroyo Abroñigal, compartiendo la otra orilla a medias el Ventorro, ya mencionado, y el barrio de Prosperidad, distrito de Buena Vista, municipio de Madrid. Al sur llegaba aproximadamente hasta la actual avenida de América, donde estaba el Camino Viejo de Canillas y la famosa Bodeguilla, del otro lado se encontraba el barrio de San Pascual también perteneciente a Canillas. Al este estaba sobre la actual calle Arturo Soria, Ciudad Lineal.


La primera referencia que encontramos sobre el Cerro de la Cabaña data de Febrero de 1802, en el Diario de Madrid, y dice así:

“... otra en el término de Canillas donde llaman el Cerro de la Cañada de dos fanegas en 120 rs.: otra en dicho término y sitio de la Cabaña, de caber veinte y dos fanegas,... “ SIC.

Aunque no podemos asegurar fehacientemente que se trate del Cerro de la Cabaña, si que parece ser por su descripción y enclavamiento en Canillas.

En el año 1826, y en el mismo diario encontramos la segunda noticia sobre una subasta de unos viñedos en Hortaleza:

“.... una tierra de siete fanegas, seis celemines y 18 estadales al prado de la Loba de retamar que linda al saliente camino del Cerro de la Cabaña, al mediodia dehesa del retamar de D. José de Rives,.... “ SIC.

Desde esta fecha hasta finales del siglo XIX encontramos varias noticias sobre subasta y ventas de fincas. Entre los nombres de los propietarios encontramos los siguientes: Duques de Osuna, Mariano García Sánchez, Joaquín Palacios, Duque de Pastrana, Compañía de los Pozos de la Nieve, Duque del Infantado y Mayorazgo de Fuencarral. Además son citados los siguientes sitios: valle y arroyo de los Chopos de Carrero.

Creemos que en estos casos el Cerro de la Cabaña es mencionado como un simple paraje. Debía de tener muy pocas casas, establecidas las primeras al amparo del camino de Hortaleza que era utilizado para acarrear a Madrid las verduras y frutas provenientes del río Jarama. El Camino de los Carros (actual calle Normas), el Camino Viejo de Canillas, y el camino que discurría paralelo al arroyo Abroñigal (actual M-30), lo convertían en un barrio de transito para todo tipo de mercancías, siendo el nudo principal de todos los caminos el puente sobre el arroyo Abroñigal en el Ventorro del Tío Chaleco.

Como pasó en toda la ribera del arroyo Abroñigal, la principal actividad económica fueron los alfares, debido fundamentalmente a la demanda de ladrillos, tejas y otros elementos para la construcción del ensanche de Madrid y la Ciudad Lineal. Para la instalación de los alfares era imprescindible el agua, y para ello discurría por la zona el arroyo de las Cañas, por la actual calle del mismo nombre, que nacía en Pinar del Rey y desembocaba en el Abroñigal.

Plano de la C.M.U., hacía 1900.

Fue la Ciudad Lineal de don Arturo Soria la que sin duda catapultó el crecimiento del barrio desde 1894. Así en la intersección de la calle López de Hoyos con Arturo Soria comenzó la urbanización de las calles Tritón, Arturo Baldasano, Justo Mártinez, Eusebio Martínez Barana, Alejandro Chacón, Celeste y José Silva, justo donde al otro lado de la calle Occidental (actual calle Agastía) frente a la manzana 81 de la Ciudad Lineal.


No debemos de olvidar que en este punto de la Ciudad Lineal se encontraban importantes servicios de la Compañía Madrileña de Urbanización, como la máquina de elevación de agua, los viveros Huerta de San Fernando pertenecientes a la compañía, el depósito de agua, el colegio público,.... y fue realmente una pena, como paso con muchos otros proyectos de la CMU, que no concedieran la prolongación del tranvía de la Ciudad Jardín hasta Hortaleza por López de Hoyos, lo que sin duda hubiera sido un acicate más para toda la zona.

Doña Faustina Peñalver, marquesa de Amboage, dejó redactado en su testamento al morir en 1916 su deseo de construir una iglesia, un barrio obrero, una escuela, y cuantos servicios fueran necesarios en unos terrenos en el Cerro de la Cabaña, que años antes había comprado a Juan Ron y Sebastián Zabaleta.

Para llevar a buen fin su propósito se constituyó la Fundación Barrio Obrero Nuestra Señora del Carmen. Fue don Benito Guitan el arquitecto encargado del proyecto. Debemos de recordar que en aquellos años la vivienda era un problema acuciante en Madrid y se constituyeron muchas cooperativas de casas baratas.

En la revista La Construcción Moderna, en Noviembre de 1920 encontramos el siguiente anuncio:

El Patronato de la Fundación “Barrio Obrero de Nuestra Señora del Carmen” ha acordado la construcción de una capilla y 24 casas para obreros en el cerro denominado La Cabaña (Canillas), junto a la Ciudad Lineal.

Se admiten proposiciones en el domicilio de la Fundación, plaza de las Salesas, número 2, primero.

Posteriormente, en Mayo de 1930, encontramos el siguiente reportaje, el cual extractamos:

PROBLEMAS DE MADRID VISTOS DESDE UNA TORRE DE CANILLAS

En la capital se carece de vivienda, y a las puertas de la población hay un barrio con una calle entera desalquilada desde hace siete años.

En esta hora meridiana el sol brilla en lo alto, desparramando sus potentes rayos sobre la capital y sus contornos. La naturaleza resurge espléndida entre efluvios de luz y de calor en la mañana poética y primaveral. Todo cuanto nuestra vista abarca, ciudad, barrios y campo, respira en una paz serena y bucólica, propicia al bienestar y al optimismo.

A la velocidad medianamente vertiginosa de un “taxi” de servicio público hemos llegado a la cumbre de este cerro de la Cabaña, ávidos de contemplar el espectáculo de la ciudad y sus contornos; la impresión no ha podido ser más completa. Hemos franqueado las puertas de una iglesia no abierta aún al culto. El interior, de desnudas paredes, semeja los ámbitos de un gran sepulcro vacío; junto al presbiterio, que en su día ocupará el altar, y al lado del evangelio, un sepulcro de mármol, con áurea inscripción, aguarda los restos de la marquesa fundadora, que hoy descansan lejos de aquí.

Nuestros pasos resuenan en la oquedad del recinto cuando nos dirigimos hacia la angosta escalerilla de caracol que nos conduce hasta la torre. Y henos aquí ya tras de las celosías que cubre los amplios ventanales.

El espectáculo no puede ser más hermoso; a nuestro frente divisamos la masa informe de la ciudad, con sus enormes edificios, en cuyos cristales destellan los chispazos que arranca la luz solar. En la lejanía se percibe borrosamente, casi en la línea con el horizonte, el cerro de los Angeles, y girando la vista hacía la derecha, el resto del panorama, que no oculta el macizo de la capital, y que son los pueblecillos de la Sierra.

Más abajo, las líneas airosas, las torres y las crestería del edificio de Nuestra Señora del Recuerdo, en Chamartín de la Rosa; el colegio de Marinos, el de la Guardia Civil, los animados barrios de la Guindalera y la Prosperidad, el campo de fútbol de San Pascual, y por último, los cerrillos en cuyas entrañas se abrió la famosa cueva de Luis Candelas, el ventorro del Chaleco y las huertas que ciñe el Abroñigal.

Y detrás de todo esto, la ubérrima vegetación de la Ciudad Lineal, entre cuyo boscaje destaca la policromía de la cerámica que corona las edificaciones de todo orden arquitectónico, que sestean a la sombra de los eucaliptos, los álamos y las acacias en flor......

Y vamos con el resto de nuestra excursión. Una de las cosas que más nos han asombrado en esta visita en una calle entera, compuesta por dos grupos de viviendas, de seis pabellones cada uno, con un total de 24 hotelitos de una planta, con su comedorcito, alcobas, cocina, fregadero y hasta un trocito de patio o jardín, construidas desde hace cerca de siete años y desalquiladas todas ellas.

Según nos informan, pertenecen esas construcciones a la Fundación de Amboage, que parece ser dejó un legado para que se completarán hasta el número de 300, y sin que se sepa la causa o razón, ni se ha continuado edificando ni se habitan las que entonces se hicieron.

Las casitas – Años setenta.

Absurdo contraste ofrece este hecho ante la realidad terrible del pavoroso problema de la vivienda, tan difícil de resolver en la actualidad.

Y nadie, en verdad, se explica que, ante la carencia de habitación, pueda existir un núcleo de construcciones vacías.

Ignoramos a qué pueda obedecer esto y el que ser haya paralizado la construcción de las restantes que con arreglo al legado de la Fundación debían levantarse; el desconocimiento de las causas paraliza en los puntos de nuestra pluma todo comentario; pero sería curioso penetrar esas ............

La calle Faustina Peñalver, de la que habla, era conocida por los del barrio como las casitas. Parece que no estaban habitadas debido a que esperaban acogerse a los beneficios fiscales que marcaba la Ley de Casas Baratas, y en aquellos años los tramites eran extremadamente lentos, entre otras cosas por la falta de financiación y dejadez entre las instituciones implicas en conceder las exenciones tributarias.

La guerra paso por el barrio sin pena ni gloría, lejos del frente, y como toda guerra golpeando a aquellos que poco tenían que ver con las ínsulas de mando de los otros. La sirena que avisaba de los bombardeo estaba situada en el depósito elevado de aguas, junto a la iglesia de San Juan Bautista. Los vecinos construyeron un refugio al final de la calle Justo Martínez, aprovechando el desnivel del terreno.


El pueblo de Canillas pasó a formar parte del Ayuntamiento de Madrid el 30 de Marzo de 1950, con el sano propósito de hacer un gran Madrid y paliar en gran parte las necesidades acuciantes de la población que los municipios anexionados (Chamartín de la Rosa, Carabanchel, Hortaleza, Canillas, Barajas, Canillejas, Vallecas, Villaverde, Vicalvaro y Fuencarral).

Algunas industrias empezaron a establecerse en entono a la calle López de Hoyos, al otro lado del Abroñigal, entre ellas: una fábrica de Hielo, la gran tahona La Luna, Bressel en la Ciudad Jardín, Perlofil-Enkalon , Lasical, la fábrica de hielo ... y muchos vecinos del barrio trabajaban en estás fábricas. Tampoco debemos de olvidar los Estudios Cea, o el parque Empresarial de la calle Torrelaguna, nacido a la verá de la avenida de América.

La construcción de la avenida de América a principio de los cincuenta supuso el cimiento sobre el cual se empezó a edificar un nuevo Madrid, influenciando en todos los barrios aledaños a ella e hizo desaparecer caminos como el camino Viejo de Canillas, junto a la Quinta de la Paloma, donde estaba el lugar llamado la Bodeguilla, que tan mala fama tenía.

Es así como nace la primera urbanización, el parque de San Juan Bautista, construida por Saconia según proyecto de los arquitectos C. de Miguel y E. M. de Aguinaga, a finales de los años cincuenta.

A primero de los sesenta debieron de construirse los pisos de la calle Las Cañas y el espaldarazo definitivo fue la construcción del Parque de la Colinia, en 1965, que en un principio supuso el aislamiento del antiguo barrio del Cerro de la Cabaña, debido a la construcción de muros de ladrillos y al carácter privado con el que se quiso vender la urbanización.


Con la caída de servidumbre de los terrenos de la Ciudad Lineal y la recalificación de estos para poder edificar pisos en altura a principio de los setenta, fueron construyendo poco a poco en diversas fincas bloques de viviendas, la mayoría de lujo.

Finalmente, en los años ochenta se hizo realidad el deseo de la Marquesa de Amboage y las casitas de la calle Faustina Peñalver fueron derribadas y se levantando unos bloques de viviendas en su lugar para los muchos vecinos del barrio, incluidos los de la Quinta de la Paloma.

Al día de hoy han ido sucumbiendo muchas de las viviendas antiguas, aunque como si de una partida de damas se tratara, van quedando algunas de las viejas casas rodeadas de los nuevos edificios.

Foto de principio de los setenta.

Dejamos para un próximo capítulo lo que era el barrio, sus vecinos y comercios, todo narrado en primera persona por un vecino.



Autor: Ricardo Márquez.
En este blog también colaboran: Angel Caldito y José Manuel Seseña.


Fuentes:
Biblioteca Nacional de España.
Hemeroteca diario ABC.



13 comentarios:

  1. Hola Ricardo
    Me ha encantado tu artículo! Ahora mismo se lo mando a my family!
    Duda: La Colina no son las casas que rodean la Iglesia San Juan Bustista, ¿verdad? ¿Estas casas vendrían a ser las que construyó Saconia? ¡Ayyy, yo de eso sí me acuerdo!
    Un abrazo y enhorabuena

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  2. Hola Jembres. La Colina está entre la M30, calle López de Hoyos(justo detrás), Torrelaguna y Av. Ramón y Cajal, y un último bloque en José Silva. Después hicieron el Mirador de Madrid, nosotros lo conocíamos por IVIASA, los bloques blancos que dan a la M-30 con esquina a la calle Normas.
    Los bloques que rodean a la iglesia son los que se hicieron donde estaban Las Casitas, de acuerdo al deseo de la Marquesa de Amboage, según su testamento. Fueron a vivir vecino de las Casitas, de la Quinta de la Paloma, y alguno del Cerro y la Colina. La construcción no creo que fuera de Saconia, ya que fue muy posterior a la construcción de San Juan Bautista (años ochenta), incluso no se si intervendría a EMV por ser realojos

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  3. Hola Ricardo,

    ¿Sabes algo de la Colonia Sambara? Muchas gracias

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  4. De la Colonia Sambara no tenemos casi nada, tan solo lo que aparece en los planos antiguos. No obstante si es de los sitios que trataremos.

    Un saludo.

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  12. Buenas noches. Nací en 1956 y viví en las casitas de la calle Faustina Peñalver hasta 1960.
    Mi casa era la segunda a la derecha, según se subía desde el Ventorro. Recuerdo que enfrente vivía una tal señora Petra y, en la casa justo al lado de la suya, había una niña de mi edad llamada Sonsoles.
    Recuerdo la iglesia, cuando instalaron la televisión en una especie de club contiguo a la misma, la hoguera de San Juan en el campo de fútbol y las vistas de la sierra con nieve. Mi padre era guardia civil y me dejaba unos prismáticos. También recuerdo mis primeros pasos en un colegio al que iba solo y bordeando un melonar. Un día nos dijeron que lleváramos un saquito de tela al día siguiente porque nos iban a dar leche en polvo.
    Vivíamos con la madre de un tío mío y cuando se hicieron allí las nuevas viviendas, una de ellas le correspondió a mí primo Julio, hijo de mi tío.

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