Próximamente publicaremos el artículo de José Manuel Seseña que engarzaba con éste.
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Enrique de Aguinaga
Decano de los Cronistas de la Villa
EL miércoles, 28 de mayo de 1952, a las nueve menos diez de la noche, el tranvía numero 135, adscrito a la línea Plaza Mayor-Carabanchel Bajo, que hacía aquel recorrido, chocó a gran velocidad con el pretil del puente Toledo y, rompiéndolo, se precipitó en las huertas adyacentes de la margen del Manzanares. Consecuencia: dieciséis muertos y más de un centenar de heridos.
Estado de las vías. Fotografías publicadas con el premonitorio artículo de Páez, en el diario “Arriba” de 13 de enero de 1952. Foto: José Pastor.
El tranvía quedó completamente destrozado, convertido en un terrible montón de astillas y chatarra. La plataforma del tranvía, única estructura que se reconocía, quedó empotrada en el terreno por su parte delantera y apoyada, por su parte trasera, en los estribos del puente, como si lo estuviera apuntalando.
Como era habitual en esa línea y a esa hora, el tranvía había salido de la plaza Mayor tan abarrotado de viajeros que muchos de ellos iban sobre el tope y colgados de estribos y ventanillas. Desde el inicio
del recorrido se observaron anomalías en la marcha y, a partir de la Fuentecilla, se produjo tal aceleración de la velocidad que algunos viajeros, aterrorizados, se arrojaron a la calzada. El vehículo, convertido en proyectil, pasada la glorieta de las Pirámides, descarriló, chocó contra el lateral derecho de la cabecera del puente, derribó unos veinte metros de pretil y, cayó sobre las huertas y allí quedó despedazado.
Naturalmente, con la referencia del hundimiento del III Deposito del Canal de Isabel II (1905) y del incendio del teatro Novedades (1928), todos los diarios de Madrid (ABC, Arriba, Ya, matinales; y El Alcázar, Madrid y Pueblo, vespertinos) se conmovieron con la tragedia, que Arriba vivió con particular intensidad, ya que, desde el mes de enero, había denunciado reiterada y precisamente las graves deficiencias de aquella línea tranviaria, en términos tan severos que resultaron premonitorios de la catástrofe.
Artículo de Aguinaga. Diario “Arriba”. 15 de enero de 1952.
Una muerte anunciada
Un áspero alegato de Cristóbal Páez (con espeluznantes fotografías de Pastor sobre el estado de los carriles) y una serie de comentarios que, en mi condición de informador municipal, hice bajo la rubrica admonitoria de Pintan bastos, acabaron incorporados al sumario instruido por el juez especial, designado al efecto por el Ministerio de Justicia.
Bajo el titulo de Madrid no pasa por el puente de Toledo (día 13 de enero), Páez escribía: ...el viajero que tiene que realizar cualquiera de estos dos recorridos (...) se juega sencillamente la vida.
En mis comentarios, publicados principalmente en el transcurso del mismo mes, se podía leer: horripilantes tranvías de Carabanchel (día 9); el sistema de transportes afrenta no solo a las necesidades urbanas, sino también a la propia condición de seres humanos, de personas (día 12) ; los tranvías que diariamente cruzan el Puente de Toledo son una especie de ‘trenes de la libertad’, en los que, a riesgo de muerte, los madrileños de la orilla oriental del Manzanares hacen costumbre el heroísmo (día 15); para aumentar la frecuencia de circulación no hay que esperar a proyectos cuya realización llegará demasiado tarde para los heroicos vecinos muertos en el tumulto de la Empresa Municipal de Transportes (día 24).
Teniendo en cuenta la dura campaña del periódico, a la que se sumaron las cartas de lectores, el director, Ismael Herráiz (un periodista que ya debería andar en tesis doctorales), me sugirió que llamara al alcalde, Moreno Torres, para ofrecerle caballerosamente la posibilidad de su justificación o defensa. El alcalde, por supuesto, consternado, declinó cualquier declaración y, a cambio, se personó en el periódico (Larra, 14) para seguir de modo inmediato el proceso de las noticias.
La campaña del diario “Arriba” se desarrolló principalmente en el recuadro municipal de Aguinaga(se reproduce el de 24 de enero) que, al día siguiente de la catástrofe, en señal de luto, sustituyó texto y firma por la relación de los muertos.
Sesión del Ayuntamiento
Los concejales que localizaron al alcalde también acudieron al periódico, de modo que, en poco tiempo, allí se reunió un grupo considerable de ediles. A la asamblea de alcalde y concejales se unió la máxima autoridad local: el presidente de la Diputación, marqués de la Valdavia, en funciones de gobernador civil, porque el titular estaba en Barcelona con motivo del Congreso Eucarístico, donde también, con el mismo motivo, estaba el ministro de la Gobernación, Blas Pérez González.
La reunión adquirió tal importancia que allí mismo se constituyó informalmente en sesión del Ayuntamiento, para lo cual el grupo se aisló en el amplio despacho del subdirector, convenientemente espiado por el informador municipal, que aprovechó la rendija de una de las puertas correderas.
Así, mientras seguían llegando las malas noticias, pude asistir a una excitada deliberación sobre las más diversas hipótesis de lo procedente. Allí se mezclaron vehementemente engorrosas explicaciones técnicas, búsquedas de cabezas de turco, borradores prolijos y propuestas peregrinas, hasta que Valdavia, con buen sentido, vino a decir que sólo cabía llorar sobre las victimas, asegurar la asistencia a las familias y prometer la exigencia de responsabilidades. Y, todo ello, lo más concisamente posible.
El resultado fue la nota de la alcaldía (ciento diez palabras) que finalmente se publicó y que, previamente, el alcalde (en la sede de Arriba) leyó por teléfono al ministro de la Gobernación (en el hotel Ritz de Barcelona). Periodísticamente era elemental que la telefonista (Pepita) conectase una derivación de la línea a una de las cabinas de la Redacción y que, de este modo, continuando en mi ejercicio de espía, yo asistiese a la conversación, tan subrepticia como silenciosamente.
Destitución del Alcalde
El dialogo entre alcalde y ministro fue breve, triste y esquemático: saludos imprescindibles, situación sobreentendida , lectura de la nota, aprobación estricta y unas cortantes buenas noches desde Barcelona. Cuando salí de la cabina, me estaba esperando el director. ¿Qué?, ¿qué?. Me permití el lujo de ser lacónico, misterioso y profeta: Nos hemos quedado sin alcalde. Por esta vez, acerté.
Efectivamente, siete días más tarde (5 de junio) se hacía público el cese de José Moreno Torres, conde de Santa Marta de Babio, y el nombramiento de José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde.
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(1) Pequeñas historias. “De cómo el Ayuntamiento de Madrid celebró sesión en un periódico”, en APM, octubre 2001, nº 40, Asociación de la Prensa de Madr
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